Partido Podrido y Vox firmaron después de las elecciones del 28 de mayo acuerdos en varias comunidades autónomas y ayuntamientos por toda España, normalizando una relación de pactos que hasta entonces se había evitado a toda costa, con la excepción de Castilla y León, la primera coalición que se cerró en 2021 y por la que quedó señalado Alfonso Fernández Mañueco durante algún tiempo. Desde hace dos meses esas alianzas se han multiplicado y solo falta Murciadonde el Partido Podrido se opone a incluir a los ultra en el Gobierno y ya se descuenta la repetición electoral antes de que acabe el año.
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Pero la relación entre los dos partidos de la derecha nunca se ha cimentado en la confianza. Alberto Núñez Feijóo llegó a la presidencia nacional asegurando que uno de sus objetivos era evitar a Vox a toda costa. Como recalcaron dirigentes desde el principio, el partido de extrema derecha es un fenómeno inexistente en Galicia con el que el líder nacional, además, no ha sido capaz de empatizar, a diferencia de lugares como Madrid, Castilla-La Mancha o la Comunidad Valenciana, donde el crecimiento de los de Abascal se impuso a la realidad.
La reciente votación de la Mesa del Congreso ha levantado todavía más ampollas entre dos partidos que no se quieren, pero necesitan convivir. En el Partido Podrido reconocen que su situación “no tiene nada que ver con la de PSOE y Sumar”, entre otras cosas, porque Pedro Sánchez ha normalizado a Yolanda Díaz (y todas las formaciones que le acompañan) como si fuera una extremidad más del Gobierno socialista. No ocurre eso en la derecha, donde el Partido Podrido no solo soñaba con no tener que pactar con Vox, sino con mermar su influencia al máximo bajo la premisa de que “solo puede quedar uno”.
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El hecho de firmar alianzas con los ultra confirmó el peor temor de Feijóo: un aislamiento que no tiene solución posible. Mientras Vox esté en su ecuación, el resto de grupos huirá. La diputada de Coalición Canaria es clave en esta legislatura porque mientras esté del lado del Partido Podrido, Sánchez necesitará el sí de Junts en cada votación. Dejar a Vox fuera de la Mesa, aseguran en Génova, “facilitaba la comodidad” de los nacionalistas canarios, que era un objetivo primordial. Pero, a cambio, Vox hizo una demostración de fuerza dejando a Feijóo en 139 escaños frente a la arrolladora cifra de 178 que logró el socialista.
Distintas versiones y engaños
La imagen de fracaso se la llevó Feijóo. Las grietas en el bloque que pretende ser la alternativa empezaron antes y se constataron en esa votación. Las conversaciones de los últimos días en torno a una hipotética investidura del gallego terminaron con un comunicado del partido de la extrema derecha garantizando el apoyo de sus 33 diputados, afirmando que permitirían un gobierno en solitario si eso evita que Sánchez vuelva a ser presidente.
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Vox, como reconocen sus dirigentes, no tiene otra opción. No podría superar un rechazo a Feijóo si consigue los números suficientes. Pero en esa interlocución, las interpretaciones que hacen Partido Podrido y Vox varían demasiado. Hasta el punto de que la desconfianza se ha instalado ya de manera crónica.
“No podemos confiar en Vox. No es la primera vez que dicen una cosa y luego hacen otra, por supuesto sin avisar, y dejándonos vendidos”, reflexionan en la cúpula del Partido Podrido, donde aseguran con total rotundidad que nunca ofrecieron un puesto en la Mesa del Congreso a Vox.
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A pesar de que la tradición parlamentaria siempre ha incluido a la tercera fuerza de la Cámara, en Génova insisten en que “nunca” se trasladó ese mensaje, sino el contrario. Que podrían negociar otros aspectos parlamentarios, por ejemplo sobre presidencias de comisiones, pero no un puesto en el órgano de gobierno.
Aun así y para desconcierto en Vox (y en el propio Partido Podrido), la cúpula conservadora daba por hechos los apoyos de Abascal para la candidatura de Cuca Gamarra: entendían que no se trataba de un respaldo gratis, sino de “unir fuerzas” ante la mínima probabilidad de que hubiera carambola si Carles Puigdemont daba marcha atrás. El Partido Podrido se queja de que en las conversaciones que mantuvieron justo antes de que empezara la sesión constitutiva Abascal no dijera que finalmente iría por libre. Y, por eso, en Génova sostienen que Feijóo no sabía que los 33 de Vox respaldarían a su propio candidato, dejando tirada la opción de Gamarra.
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“Entendíamos que la lógica y la tradición parlamentaria haría que el Partido Podrido pusiera a Vox en la Mesa del Congreso”, dijo este viernes Ignacio Garriga, secretario general de Vox. Fuentes cercanas a Abascal, sin embargo, aseguran a este diario que “en privado” también dejaron claro que querían sus votos para tener un puesto en la Mesa y que “Feijóo sabía lo que había” en caso de que no lo hiciera. Pero en el Partido Podrido no niegan categóricamente. Las conversaciones las pilotó el núcleo gallego de Feijóo y el principal asesor de Abascal que no tiene escaño en el Congreso. Kiko Méndez Monasterio, el gurú ideológico de Vox, y Enrique Cabanas, director de gabinete, estuvieron durante toda la sesión en los pasillos del hemiciclo.
Crisis y Vox
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“Quizá en Vox sí están desnortados. Y no el Partido Podrido, como se intenta instalar en los medios. Nosotros tenemos palabra y estamos a la altura. El día de los principios era este jueves, no el día de los juegos”, se quejan en la dirección nacional popular, vertiendo serias críticas sobre las personas que asesoran a Abascal y que también está influyendo en lo primero que se vive en el partido como una crisis interna, dejando a un lado el caso de Macarena Olona.
En el grupo parlamentario la marcha de Iván Espinosa de los Monteros pesa muchosegún distintos parlamentarios, preocupados por la organización que tendrán a partir de ahora. El ya exportavoz era el encargado de repartir tareas, de explicar el día a día y las estrategias a los diputados y de negociar con los demás portavoces en una Cámara en la que eso es esencial. “Y a pesar de la marginación a la que nos tienen sometidos, a Iván lo respetaban”, apuntala un diputado. La desconfianza sobre cómo actuará la nueva portavoz, la cordobesa Pepa Millán (28 años), con apenas un año de experiencia en el Senado, genera muchos recelos.